A principio de curso nos llenamos de metas y de propósitos, queremos empezar con buen pie, dar la mano a una enseñanza preocupada de veras por lo que les sucede por dentro a nuestros chavales.
En nuestra bienvenida a septiembre no queremos ignorar las posibles repercusiones de la pandemia. No querríamos terminar el curso con numerosos aprobados y suspendiendo de nuevo esa materia que llevamos pendiente desde hace lustros, la de las emociones. Deseamos garantizar más que nunca una educación emocional que ofrezca a los alumnos la posibilidad de expresar lo que sienten, de superar las contrariedades, de verbalizar lo que les ocurre, de hacerse valer en las dificultades, de percibir el mundo sin perder la curiosidad ni el pensamiento crítico, ese que nos recuerda que no se trata de hacer lo mismo sino de cambiar el mundo desde las aulas. De nada sirve que salgan muy formados si por el camino o por algún precipicio se abandonan los más sólidos valores. Lo de menos es rendir cuentas en el examen. Lo que importa es intuir qué hacer con esos conocimientos, cómo aplicarlos en el día.
Prestar una atención especial a las emociones es conseguir que los alumnos se sientan especiales. La enseñanza más integral, completa e innovadora no da solo importancia al resultado sino también al proceso de aprendizaje; y no se preocupa solo de los contenidos sino de atender las necesidades de cada alumno. Nos necesitan para crecer, para equivocarse, para aprender de los errores y de los aciertos y para comprenderse.